Como es tradición, los señores deberán competir sin compasión durante cuatro días para asegurar esa preciada posición, haciendo uso de cualquier treta o engaño que les garantice ganar poder.
Es una despiadada guerra de ingenio y, como en todas las guerras, hay bajas: a los señores no les importa sacrificar a algunos de sus leales sirvientes, los esbirros, conocidos por su limitado intelecto y por su legendaria devoción por sus amos...